Bebió un largo trago de cerveza, mientras yo maldecía para mis adentros tener que confrontarme con un compatriota cuyo negocio era la muerte.
—Somos tantos los abandonados por la suerte… ¡Ja! Me ven como a un Rambo, pues ya he estado en otras guerras, en África y otros lugares.
—¿Tanto le importa mi opinión, estimado señor?
—Oí hablar de usted ahora que estamos en democracia, después del golpe militar. Siempre cauto, sereno, nadie le conoce “caída” alguna; se retira tranquilamente, pero… muchos lo recuerdan como un policía aguerrido.
—Sabe, don Juan, me limité a cumplir con mi deber y… aún no veo su interés en mi persona.
—Don Eduardo, comprendo que se encuentre molesto…, pero estos tragos son mi despedida antes de embarcarnos para el medio oriente. La verdad es que lo conocí cuando era Detective y yo un muchacho que hacía mi servicio militar; quería imitarlo, pero… ¡Qué diablos, no pude ingresar a su Institución! Y, vaya qué tiene sicología, pues me gustan las aventuras y si me pagan por ellas… mejor aún.
Lo miré largamente a sus ojos, alcé mi copa.
—¡Qué Dios lo acompañe y le quite ese terrible afán de matar y, seguramente, caer muerto en un frente de batalla de una guerra que no es suya!
Nos bebimos el trago, desocupando los vasos y ya no hablamos más del asunto, nos sumamos a la algarabía de los viejos amigos. El mercenario me miró y supo que yo no hablaría del tema con nadie. Han pasado muchos años y recién lo traigo a mi memoria, tal vez porque escuché de los soldados que salen a otros países bajo otras banderas… o un sueño me hizo recordarlo.
Consulté entre los amigos comunes que teníamos… nadie ha vuelto a saber de él.
Quizás sus huesos estén tapados por los pedruscos de un desierto lejano…; sí, sí, muy lejano. Ni una cruz, nadie que lo llore… ni una flor en una tumba solitaria y abandonada de un hombre sin bandera.
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* Enlaces para seguir en sus aventuras al Sr. Jaime Olate:
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